
Los portugueses, hombres y mujeres, son trabajadores, honestos, amables y discretos. Creen en supersticiones y son fervientemente religiosos -católicos-, pero sin llegar al fanatismo. Aunque hay poblaciones interiores, el rasgo que más los define es su carácter marítimo y vitalista, presente a lo largo de su historia. Son amantes del orden, de la limpieza, con un profundo sentido de la familia y del respeto a las tradiciones. Sienten, a su vez, el gusto por las fiestas, sean religiosas o no, así como por lo exuberante. Pero también son un pueblo de coloridas y apasionadas contradicciones, lo que les lleva al sentimiento de la 'soudade', melancolía contemplativa que pareciera tener su origen en el fatalismo oriental heredado de la ocupación musulmana. Relacionado con ese sentir está el Fado, que es la forma típicamente portuguesa de las músicas poéticas más antiguas de inspiración tradicional. Su lenguaje resulta de la influencia de poesías occitanas, provenzales, un sentimiento profundo que ha cruzado los siglos para cultivar la 'soudade'. El Fado se canta por todos los rincones de Portugal, pero existen dos ciudades fadistas por excelencia: Lisboa, con un canto más tradicional y Coimbra, donde toma una vertiente intelectual.
Como rasgo esencial del folklore luso es necesario hablar de la danza. No se trata de un folklore estereotipado y representado, sino sentido y con afán de festejar, de expresarlo lo más públicamente posible en procesiones y romerías. Cualquier pretexto sirve para sacar del baúl de los recuerdos el bello traje provincial, las alhajas, las cintas o los tocados. No se trata de nada aparatoso, ni de montaje escénico, todo es sencillo y natural.
En definitiva, el pueblo portugués es un pueblo de sentimientos variados y apasionados como la vida misma, y cuya hospitalidad invita a convivir entre sus gentes para poder compartirlos. Tienen algo de mediterráneos, algo de ibéricos, algo de europeos, algo de marineros, pero en realidad nada de eso los define, tan sólo son portugueses.
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